El reloj biológico de las aves actúa con absoluta precisión.
En la última etapa del invierno, que ya estaba marcando tiempo primaveral, la
pareja de fochas se puso en marcha.
Recorrían una y otra vez la laguna, buscando ramitas para
construir el nido. El lugar elegido parece adecuado. En un pequeño islote, a
salvo de ciertos depredadores, y con cierta elevación respecto del nivel del
agua, para evitar sorpresas.
Una vez finalizado el nido, la hembra repasa los detalles,
hay que conseguir una base confortable para pasar un largo periodo incubando
los huevos.
Estando la hembra ya plantada en el nido, vemos como el
macho le va llevando comida en diferentes ocasiones. Parece que el macho no es
muy constante con el aporte de comida, pues en alguna ocasión la hembra decide
abandonar momentáneamente el nido para buscar comida por su cuenta.
Pasados unos días podemos ver que el nido está ocupado por
las crías, seis en este caso, y que presentan un vistoso colorido.
Algunas crías deciden abandonar el nido y se lanzan a la
aventura. Otras, mas perezosas, deciden quedarse. Estas últimas, al ver que no les
llevan la comida al nido y que las crías que ya nadan por la superficie del
agua están siendo alimentadas por los adultos, optan también por abandonar el nido.
Buena suerte.